La sombrilla o parasol, más antigua que el paraguas, tuvo su origen en oriente, mucho antes de la era cristiana. Por su forma se asemeja al árbol venerado por la religión budista porque se decía que en el Vivian los espíritus de los dioses. Por esto, la sombrilla representaba el cielo en miniatura y se creía que daba protección a quien la llevaba.
También las construcciones religiosas tomaron la misma forma y así los templos hindúes y las pagodas chinas tenían techos en forma de parasoles para proteger a los dioses y sus altares. En Grecia, en los años 450 a. C. no se relaciono a la sombrilla con la religión, sino que se la utilizo con una finalidad práctica: proporcionar sombra.
Los cristianos la consideraron un elemento profano y durante un tiempo el parasol desapareció de Europa. Fueron los portugueses quienes volvieron a introducirlo en el siglo XVI.
A fines del siglo, las telas pesadas fueron sustituidas por finos tejidos de seda y las varillas de madera por ballenas. Estas eran barbas de ballena, sustancias livianas y muy elásticas que tienen estos mamíferos en su mandíbula superior.
Alrededor de 1620, se descubrió que la sombrilla podía proteger de la lluvia y así surgió el paraguas propiamente dicho.
A mediados del siglo XVIII, los paraguas adquirieron popularidad, especialmente en Francia donde eran considerados signos de elegancia y buen gusto.
A principios del siglo XIX, el paraguas se difundió por toda Europa y tuvo mucha aceptación entre los elegantes de Londres, Una figura típica de esa época era el paragüero que recorría las calles londinenses vendiendo su mercadería.
Por entonces se perfeccionó el mecanismo de plegado y se desarrollaron nuevos ejidos. El varillaje metálico reemplazo a las ballenas. Su forma actual permanece casi invariable desde 1851.
Hoy, en Europa y América, el parasol y el paraguas tienen una finalidad práctica, mientras que en Asia y África todavía conservan su valor simbólico.
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